SALÀS y la llama del CANIGÓ 🔥 Instantes de Tiempo

El pasado fin de semana celebramos una de las noches más mágicas del año: la Revetlla de Sant Joan, y lo hicimos en uno de mis lugares favoritos, Salàs de Pallars. Si seguís este blog desde hace tiempo, ya sabéis que este pequeño pueblo del Pallars Jussà tiene un rincón especial en mi corazón. Pero esta vez, la experiencia tuvo un ingrediente único: la llegada de la Flama del Canigó.

Todo comenzó el lunes, cuando Laia, una amiga que trabaja en el ayuntamiento, me llamó para contarme que a las dos de la tarde llegaría la Flama a Salàs, y que si quería podía acompañarla a recibirla. Aunque el acto oficial de bienvenida y el inicio de la verbena estaban previstos para el anochecer, coincidiendo con el solsticio de verano, no pude resistirme a vivir el momento desde el principio.

A pleno sol, tras una comida ligera, bajamos hasta el ayuntamiento para presenciar ese traspaso tan simbólico. La llegada de la Flama del Canigó es una tradición muy arraigada en los Països Catalans: el sur de Francia, Andorra, la Comunitat Valenciana, les Illes Balears y, por supuesto, Catalunya.


El Canigó: montaña sagrada y símbolo de identidad

El Canigó es mucho más que una montaña. Situado en los Pirineos orientales, cerca de la frontera entre Francia y España, se alza imponente a más de 2.700 metros de altitud. Es un verdadero símbolo natural y cultural para los catalanes, tanto del norte como del sur.

La montaña ha sido cantada por poetas como Jacint Verdaguer en su obra "Canigó", que la transformó en emblema de la identidad catalana. Su silueta, visible desde muchos puntos del territorio, es considerada también un lugar de conexión espiritual. Como dato curioso, desde la Fortaleza de Salses (popularmente conocida como "el cerrojo del Canigó") se protegía este territorio estratégico que siempre ha tenido un alto valor simbólico y militar.

Un fuego que une territorios

La Flama del Canigó tiene su origen moderno en 1955, cuando fue revivida y resignificada por el poeta y activista Francesc Pujade, junto a Esteve Albert y Josep Deloncle, todos exiliados en Francia y vecinos de Arles de Tec. Inspirado por el poema Canigó de Jacint Verdaguer, Pujade tuvo la idea de encender una hoguera en la cima de esta emblemática montaña y distribuir su llama por todo el territorio catalanohablante.

En 1963, junto a Joan Iglesias, comenzaron a encender las hogueras de la Catalunya Nord, y en 1966, el fuego cruzó por primera vez la aduana y llegó a Vic, desafiando la dictadura franquista. Desde entonces, esta llama se ha convertido en símbolo de pervivencia cultural, de unidad y de resistencia lingüística.


El ritual: del Canigó a cada rincón

Cada 22 de junio, la llama que se conserva todo el año en el Castellet de Perpinyà se lleva a la cima del Canigó, donde se enciende una gran hoguera tras la lectura de un manifiesto. Desde allí, comienza un recorrido que se extiende por cientos de poblaciones. Algunos lo hacen a pie, otros en bicicleta o incluso a caballo. La organización es compleja y requiere de una gran labor previa, desde la coordinación de rutas hasta los permisos y medidas de seguridad. Actualmente, la entidad Òmnium Cultural se encarga de dinamizar esta red de voluntariado que mantiene viva la tradición.

Este año, la Flama llegó a Salàs en coche desde Sort, transportada por tres miembros de Òmnium. Nos contaron que aún bajarían hasta Tremp para seguir distribuyéndola por el Pallars Jussà. Incluso un grupo de jóvenes de la Vall Fosca planeaba ir a recogerla a Tremp por la tarde. Y es que cada pueblo la celebra a su manera: por ejemplo, en les Terres de l'Ebre y el Priorat, cada año es un municipio distinto el que acoge la Flama, y hasta allí acuden comitivas en caravana de coches con los hereus y pubilles de las fiestas mayores de las localidades vecinas.

Para que todo este ritual sea posible, centenares de personas procedentes de todos los Països Catalans (especialmente de la Catalunya Nord) se reúnen en el refugio de Cortalets, al pie del Canigó. A la mañana siguiente realizan el primer ritual de los Focs de Sant Joan: subir hasta la cima del Canigó y dejar allí los haces de leña que cada uno ha traído de su casa. Estas ramas están atadas con cintas que llevan el nombre del lugar de origen, y muchas de ellas contienen dibujos o deseos que arderán en la hoguera. Todos estos haces se colocan en torno a la cruz de hierro de la cima hasta la noche, cuando se enciende la gran foguera.

Una noche mágica en Salàs

Al anochecer, los niños y jóvenes del pueblo, con una senyera en mano y canciones tradicionales, llevaron la Flama hasta el patio del colegio, donde ya nos esperaba todo el pueblo. El acto comenzó con un emotivo discurso, seguido del encendido de la hoguera. Después, coca de Sant Joan y cava para todos, mientras los más pequeños (y los no tan pequeños) disfrutaban con los petardos.

Cada pueblo celebra la llegada de la Flama a su manera: con música, diables, danzas... pero en todas partes se comparte un mismo ritual: leer un mensaje común que recuerda el significado profundo de esta tradición.

Con el objetivo de garantizar la seguridad de todas estas celebraciones, el Cos dels Agents Rurals, les Agrupacions de Defensa Forestal y la Associació Coordinadora de la Flama del Canigó reforzaron el dispositivo de seguridad en torno a la fiesta, velando por la protección del medio natural y la seguridad de los participantes.


Falles: el otro rostro del solsticio

En los Pirineos, las celebraciones del solsticio adquieren otra forma con la tradicional baixada de falles. Declaradas Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO en 2015, estas fiestas se celebran en más de sesenta pueblos de los Pirineos catalanes, andorranos, franceses y aragoneses.

Los fallaires, generalmente jóvenes solteros, encienden antorchas en lo alto de la montaña y descienden en procesión de fuego hasta la plaza del pueblo, donde forman una gran hoguera alrededor de la cual se baila hasta el amanecer. En lugares como Durro, Isil, Boí o el Pont de Suert, estas celebraciones se extienden hasta bien entrado julio.

Una llama de un pueblo en movimiento

La Flama del Canigó no es solo una tradición festiva; es un acto de memoria, de identidad y de esperanza. En cada rincón donde llega, se convierte en un hilo de fuego que conecta pueblos, historias y generaciones. Y para mí, vivirla en Salàs de Pallars, acompañada de amigos, niños cantando y una comunidad que sabe celebrar lo que importa, fue uno de esos instantes de tiempo que no se olvidan.

Adriana

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